Estuvimos en el gimnasio viejo cinco años.
No es donde, es con quién y cómo.
Cinco años en ese espacio rudimentario, pasando frío, y calor, sin comodidades, ni grandes materiales, pero por alguna razón es uno de los tiempos laborales más felices. Sólo puedo recordar música, risas, sonrisa, amistad, vocación, ilusión y trabajo. Todo tiene un fin.
Un día la "bodega" me llama a reunión. Me notifican que quieren vender los edificios y me recuerdan a nuestro pacto. Debo buscar un nuevo sitio donde ubicarme.
Un centro como el mío requiere una inversión muy elevada. Una inversión que ya había realizado una vez en casa de otro. Ahora, la opción más razonable era invertir en la nuestra propia.
Esto significaba reubicar la tienda de electrodomésticos de mi madre y construir un gimnasio en ese espacio grande pero poco pensado para la nueva utilidad. ¡Operación titánica no, lo siguiente! Saca, busca, pone, construye, decide, arriba, abajo, La liamos bien parda!
Finalmente, teníamos la tienda y el gimnasio ubicados y perfectamente acondicionados, y nosotros hechos polvo.
Por fin, en marzo de 1999 abríamos las puertas de aquella nueva propuesta que, con el mismo bagaje humano, aportaba mucha calidad en la comodidad y la forma.
Me acuerdo el día antes de inaugurar, subiendo las escaleras hacia la planta superior y visualizando a las niñas de gimnasia bajando, su alegría, su fuerza y supe que ese espacio pronto estaría lleno de vida.
Este proyecto, en sus inicios, también resultó un éxito, en el contexto de mi percepción de éxito entendido como ganarme la vida sin renunciar a lo que, para mí era prioritario: Mi familia